Es la tarde salada la que no envuelve, citas alternadas de abrazos y llantos, consuelos de ayer que humedecen mejillas y llenan el alma.
Las arrugas que forma el mar al chocar con la arena se prolongan hasta sus ojos, su alma rasgada lucha por sobrevivir en el vaivén de las olas que irrumpen una y otra vez incesantes rompiendo la paz del silencio.
Sonríe, solo un instante, el viento sobre su cara, la retorna al marasmo que antes la envolvía.
En el cielo una gaviota sobrevuela el mar buscando a su siguiente victima, nerviosa comento los planes de mi futura boda, la observo, los recuerdos de aquellas tardes jugando a ser madres regresan con el atardecer. Mientras el mar la hipnotiza, no cuestiono el origen de aquel llanto desenfrenado, la conozco lo suficiente para saber que no me lo dirá para no preocuparme.
La luna y las estrellas comienzan a dejarse ver, tengo que irme, la abrazo su cuerpo se encuentra ausente, un escalofrío recorre mi cuerpo, ella solo esboza una sonrisa diciendo adiós con la mano.
Abordo mi auto y conduzco a casa sin parar, las lágrimas corren por mis mejillas.
Al día siguiente la imagen de un cadáver flotando en el mar aparece en el monitor.
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